Villagers
No sabemos si, como reza su nombre, son aldeanos o más bien cosmopolitas, pero los Villagers llevan cosechando éxitos desde su debut en 2010. Con aquel “Becoming a Jackal”, que se presentaba con un folk humilde y brillante, se hicieron con la nominación al Mercury Prize. Poco a poco, los ojos verdes e inteligentes de Conor O’ Brien, el vocalista, dejaron entrever su personalidad.
No sabemos si, como reza su nombre, son aldeanos o más bien cosmopolitas, pero los Villagers llevan cosechando éxitos desde su debut en 2010. Con aquel “Becoming a Jackal”, que se presentaba con un folk humilde y brillante, se hicieron con la nominación al Mercury Prize. Poco a poco, los ojos verdes e inteligentes de Conor O’ Brien, el vocalista, dejaron entrever su personalidad.
Un joven apocado y, en apariencia, distraído que, en realidad, escupe su alma en cada canción. Un trovador astuto y existencialista, que vuelca en la música una pugna interna: cada ilusión y cada hastío. “{Awayland}” (Domino Records, 2013) su nuevo álbum, constituye una catarsis. La exteriorización más pura de una mente lúcida e inconformista, que dice buscar la verdad de la vida dónde sólo puede hallarse: en el origen. “Cuando empecé a componer sólo tenía una cosa clara: quería ser un niño, un lienzo en blanco. Quería hacerme las preguntas que una mente aún no corrupta se hace sobre el origen del universo, sobre la inmensidad del cosmos, sobre mi insignificancia, y la tuya. Todo es susceptible de ser cuestionado y, a veces, lo olvidamos al crecer. Los niños ven la vida de una forma distinta, su perspectiva aún no está envenenada por la sociedad”.
Así, sin pedanterías, O’Brien se convierte en experto de su propia existencia, y de la del resto de los mortales. “{Awayland}” es un proyecto tan ambicioso, que cuesta creer como alguien se ha lanzado de cabeza, y sin frenos, a tocar en un disco épico, con un asombroso estilo cinematográfico, el folk anglosajón como lo habíamos conocido hasta ahora. “La composición ha sido difícil, porque he jugado mucho con las texturas, buscando algo muy experimental. Me metí de repente en el terreno de la electrónica, meses y meses enganchado a la guitarra y al sintetizador, practicando sonidos. Ahora nuestros conciertos son mucho más pesados técnicamente: llevamos teclados y más maquinaria, aunque por supuesto mantenemos una importante parte acústica. En realidad, creo que tuve que aprender cómo se hace la música techno”, afirma entre risas.
Se erige así como uno de los mejores vocalistas del año, con una voz expresiva y controlada que, en ocasiones, incluso te susurra al oído, como en “In a newfound land you are free”, tema que “intenta lidiar con la locura total que impera en el mundo”. También es el caso de “My lighthouse”, una balada “de búsqueda”, introspectiva y endemoniadamente triste, que demuestra que no hay que hacer fuegos artificiales para engendrar algo sublime.
Pero si hablamos de momentos acústicos y emocionales, debemos acudir a “Nothing arrived”, en cuyo estribillo Conor te suelta: “I waited for something, and something died / So I waited for nothing, and nothing arrived” y, además, te lo acompaña con un video demoledor sobre un tal Terrence Bliss, un hombre tímido y fracasado, con una vida mediocre, que ni siquiera se alegra cuando le toca la lotería. ¿Quiere transmitirnos una filosofía horrible de la vida? ¿Que no esperemos nada de ella? ¿Que recelemos de la posibilidad de una buena suerte repentina? Todo lo contrario: “No busco que quien la escuche se identifique con Terrence. Quiero transmitir que tenemos muchas cosas alrededor que no valoramos, me gustaría remover alguna conciencia”.
Además de melodías sosegadas, toda historia de fantasía que se precie ha de tener un dinamismo sorprendente, y este álbum no podía ser menos. Ahí está “The Waves”, una canción hipnótica cuyo final constituye el mayor clímax del disco, un tsunami furioso a base de guitarras distorsionadas y una electrónica deliciosa. ¿Cuál es el secreto para fundir sintetizadores propios de OMD con una lírica colmada de inquietudes y pretensiones poéticas? Sólo los Villagers lo saben, y no parecen están dispuestos a revelarlo. Lo único que podemos decirte es que en sus Ipods lo que más suena últimamente es puro techno minimalista, como lo lees:,“Escucho electrónica como Plastikman o también Ataxia, mucho estilo Ambient, aunque también Funk. Soy muy ecléctico”... cuenta O’Brien.
A estas alturas de la entrevista ya nos hemos dado cuenta (si no lo habíamos hecho ya al escucharlo) de que todas las canciones utilizan la metáfora como bala. No hay más que echar un vistazo a algunos títulos como “Judgment call”, "Earthly pleasure" o la citada "In a newfoundland you are free". En algunos casos, como en “Passing a message” el mensaje, diluido entre vibraciones psicodélicas, es diáfano: “I learned how to listen to the folks on TV/ They are passing a message that means nothing to me”. Sin embargo, también hay mucho material sepultado....
“No todo lo que quiero transmitir es evidente, de hecho mi mensaje es más bien críptico. Tienes que regresar a las canciones para encontrar nuevos matices, que en la primera o la segunda escucha no se manifiestan”, afirma Conor. Matices que no siempre son lúgubres. De hecho, “The Bell” es un tema cargado de humor. “{Awayland} es una tragi-comedia, un conglomerado del desastre que supone la vida en sí misma. He querido poner las cosas divertidas junto a la oscuridad y la melancolía. Referencias muy dark, muy profundas, junto a la risa y la diversión; momentos ridículos, momentos bellos. Así es nuestra naturaleza humana”.
De este modo, nos invita a experimentar nostalgia, ilusión y sentimiento de culpabilidad (a veces, al mismo tiempo) en sólo once canciones. Las texturas son gloriosas, puedes tocar las melodías, y hay momentos que realmente cortan el aliento. La reciente muerte de su hermana, lecturas de Heidegger, Sartre o Camus y su vulnerabilidad innata, ya presente en el anterior trabajo, han sido las principales fuentes de inspiración. Pero si hay algo que hizo a Conor darse cuenta de que este nuevo proyecto iba a ser rompedor y radicalmente distinto a lo que había hecho hasta ahora, fue una experiencia soporífera en su última gira:
“Fue demasiado larga, más de dos años; una y otra vez tocando las mismas canciones. Pero lo que más me fastidiaba era que, al final, había muchas de ellas que ya no las sentía, que había cambiado de opinión respecto a cuando las escribí. Cuando canto ante una audiencia, quiero que la gente se inspire de la misma magia que me inspiró a mí al componerla. Por eso cuando empecé este álbum quise abrir mi mente hasta el límite, estar lo más receptivo posible, expandir mi imaginación y mi curiosidad innata. No quería inclinarme hacia los sentimientos que se reproducen comúnmente en las canciones, quería algo distinto. Pensé: a ver, ¿cómo me voy a sentir cuando toque muchas veces estas canciones? También por eso hemos modificado la parte instrumental, porque queremos disfrutar al máximo de la puesta en escena. Todo será mucho más dinámico esta vez”.
Así, entre acantilados, fuertes propósitos y verdes leyendas, “{Awayland}” se ha cocido a fuego lento en el norte de Irlanda. Quizás de ahí surge esa atmósfera expansiva, con potente instrumentación y voces que recuerdan a los Radiohead de los 90; esos espejismos de criaturas exóticas, y una extrañeza fónica enraizada en el folk, muy del estilo Alt-J, que te obliga a darle al play una vez tras otra.
Un imaginario vivo a través de versos rídiculos, densos, serios, espléndidos, agudos. Quizá los enamorados de la introspección absoluta de su primer trabajo, o los completos detractores de “esa música que no es tal, porque está hecha por máquinas”, es decir, de cualquier inclusión electrónica, pongan pegas esta vez a los Villagers. Pero renovarse y no perder la esencia es algo muy complicado, y no olvidemos que, hasta ahora, ningún teclado, sintetizador o caja de ritmo ha creado arte por sí mismo.